jueves, 27 de febrero de 2014

¿Existen las segundas oportunidades?

Ya es febrero~ 
Y ya casi marzo. Insisto, el tiempo pasa deprisa. 
Subo esto antes de que termine el mes, es el último escrito que hice. Está raro y creo que tiene faltas pero mi word está muerto así que me da pereza revisarlo de nuevo D:
Espero les guste :3 No tengo nada para decir de mi vida esta vez (?) creo jeje

Título: ¿Existen las segundas oportunidades?
Tipo: Oneshot
Género: Drama, romances, yaoi~ 
Pareja: 2min 
Capítulos: 1
No. palabras: 1002

¿Existen las segundas oportunidades?

Un día cualquiera quizás, una caminata que hacia diario. En eso se resumía lo que realizaba en aquellos momentos. Algo de su rutina diaria que quiere dejar de lado. ¿Razón? Siente que todo se le esta saliendo de control. Voltea a la misma banca de hace como un año. Y allí se encuentra sentado aquel chico de cabello castaño que le cae sobre debajo del hombro. Con la cabeza hacia atrás, con sus ojillos cerrados mientras la luz del sol hace que su piel blanquecina se ilumine. Parece un ángel caído del cielo...

Trata de aumentar el paso pero sin duda alguna este día no podía clasificarse como los demás, se equivocó por completo al pensar de esa manera. Siempre tan patoso cuando se trataba de aquel chico. Sus pies se enredan por lo cual, cuando menos pensó, ya estaba besando el piso tan literalmente que sintió el ardor sobre su rostro y sus manos, que trataron de impedir que se diera por completo en toda la cara que simplemente resultó en un fracaso rotundo. 

Deseó que la tierra se lo tragase y lo peor del caso es que la vergüenza era tal que su cuerpo no respondía a esa necesidad de querer levantarse y salir corriendo ante la atenta mirada curiosa del muchacho que estaba a unos cuantos metros de él.  

Cuando al fin sus músculos y extremidades lograron hacerle caso a su cerebro, fue demasiado tarde... Por así decirlo. Aquel chico se había levantado en su auxilio. Su pequeña mano se extendió para ayudarle mientras se ponía en cunclillas. Y con demasiado nerviosismo, pena y vergüenza aceptó su ayuda. Sentía el escosor de las resientes heridas en su cuerpo pero sentía aún más el sonrojo que de seguro se estaba apoderando de sus mejillas hasta sus orejas. 

-¿Estás bien? -Su vocecilla se escuchaba preocupada, cuando al fin ambos estaban parados frente al otro. 

Solo se limitó a asentir, su voz le había dejado atontado. 

-¡Dios! Tienes sangre en las mejillas. -Levantó sus manos con las suyas y el asombro aumentó.-¡Incluso tus manos están sangrando! ¿cómo puedes estar bien?

-Gracias.-Fue lo único que salió de sus labios mientras apartaba rápidamente sus manos de las contrarias y salía corriendo de allí.

-¡Espera! -Pero no hizo caso omiso, siguió corriendo sin siquiera voltear a verle. Tenía que salir rápido de allí. 

Los ojos asombrados de ese chiquillo le habían hecho huir. Esto no estaba bien, en absoluto. Una cosa era admirar su belleza diariamente, una dosis de su droga favorita en pequeñas cantidades pero otra cosa es que su corazón comenzara a latir fuertemente con solo escuchar su voz y su cercanía. No estaba nada bien.

Los días siguieron, logró deshacer aquella rutina que no le hacía nada bien. Casi dos meses habían pasado desde aquella vez en que se tropezó con sus propios pies. La misma vergüenza había sido suficiente como para no querer pasarse nuevamente por allí, aumentándole el hecho de que había perdido aquella maravillosa oportunidad para poder saber si quiera su nombre. Se maldecía de vez en cuando, e incluso en sus sueños aparecía aquel ángel con su voz cantarina y sus ojillos avellanas. 

Había salido temprano de la universidad, y sus pasos le había llevado inconscientemente de nueva cuenta por aquel parque que había dejado en el olvido. Y aunque se lo negara, muy dentro de si, esperaba que aquel chiquillo estuviese allí de nuevo. Quería y rogaba que así fuera. Así que cuando llegó a aquella banca su corazón se rompió. No había nadie, ni rastros de él. Se maldició por haber sido tan cobarde y no haber aprovechado aquella oportunidad tan grandiosa. Aquel día que había salido sin querer de su rutina, dándole un giro inesperado a todo. 

Quisiera decir que esperó a que llegase pero realmente no fue así, o bueno no la parte en que el otro llegó. Porque siendo realista aquel muchacho jamás llegó. Un final triste, para aquel amor de pasada. Aquel amor que surgió del aire y de un pequeño desvío de mirada. Si, algo sumamente estúpido de su parte...

Caminó desganado a su departamento, la desilusión era tan grande que hasta el apetito y las ganas de ir a aquella fiesta de su amigo se esfumaron. Solo quería tirarse en su cama y no salir de allí hasta que la culpabilidad de haberle dejado con las palabras en la boca aquel día se fueran. 

Y estaba por ser así cuando sus llaves se cayeron y rodaron, gracias al extraño llavero en forma de balón, hasta la otra puerta. Caminó con paso desganado, mientras maldecía su suerte. 

-¿Son tuyas? -Alguien había sido más rápido y le habían ganado las llaves, se le hacía familiar aquella voz. 

Volteó rápidamente hacia este chico y juraría que aquel rostro se le hacía conocido, su corazón volvió a latir pero paró en seco cuando se dio cuenta que solo era una pequeña coincidencia. No era el mismo chico...

-Si. -Respondió con aire ausente, definitivamente no estaba de suerte. 

Aquellas historias de amor escritas en libros no eran más que basuras inventadas por personas que no conocían lo que era sufrir realmente por un amor no destinado. Y mucho menos unilateral. 

-¡Kai, se nos hace tarde! -Una tercera persona hizo acto de presencia. 

Pero era tarde, el pelinegro ya había entrado y su resignación no le dejó salir a ver que aquel tercero era el mismo chiquillo que le había ayudado aquella vez. 

Quizás si estaban destinados, quizás no. O tal vez el destino estaba jugando con ellos, y se estaba riendo de aquella manera cruel de ambos impidiéndoles tener una segunda oportunidad de reencontrarse... 

O quizás no. 

-Él es el nuevo hijo de Key. 

-Me llamo Lee TaeMin. 

-Choi MinHo. 

-Aún tiene un pequeño aruñon de aquella vez. 

Se tocó la mejilla, sonriendo. Aún permanecía después de un año. Quizás el destino solo había suspendido su segunda oportunidad por un largo tiempo siendo el castigo de no haber aprovechado la primera.